Crecieron rapeando y andando en skate en las calles de Santiago. Sus familias habían llegado décadas antes a la capital desde la Araucanía, el territorio que ellos llaman Wallmapu. Siempre supieron que eran mapuche, pero no sabían qué implicaba. Hasta que, en medio de la ciudad, se reencontraron con su cultura. Y entonces, vino la idea: si mezclaban el rap y las reivindicaciones de su pueblo, atraerían a más jóvenes a su recuperación cultural. Aunque a los mapuche más tradicionales no les gustara nada esa idea.